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17 ene 2011

BÍBLICOS: ¿Es Dios Responsable Por Las Tragedias?


Un niño atropellado. Un pueblo destruido por un diluvio. Miles de muertos por un terremoto. La vida de un papá terminada por el cáncer. ¿Por qué? Si Dios existe, ¿por qué no hace nada para evitar estas tragedias? Si Dios es amor, ¿cómo puede dejar que sucedan tales cosas? Quizás es Dios el autor de estos eventos y representan misterios que no nos toca a nosotros entender en esta vida. ¿Existe una respuesta?

Aún para los cristianos estas preguntas provocan dudas e incertidumbre. Muchas veces la única respuesta que podemos ofrecer es que, “Dios está en control.” Pero, ¿es cierto? ¿Las tragedias y los desastres representan la voluntad de Dios? Gracias al Señor, sí existen respuestas. Dios no nos ha dejado en ignorancia y oscuridad. El ha revelado plenamente por qué suceden las tragedias, y nos ha capacitado para enfrentarlas y salir en victoria.

Antes de todo, es importante que entendamos el plan original de Dios para su creación. En el principio Dios creó el mundo y todo lo que en él hay. Al terminar su obra de creación la Biblia dice, “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (Génesis 1:31). En aquel momento, no existía ninguna enfermedad, ningún tipo de violencia, ningún desastre natural, ni nada que pudiera destruir la vida del hombre ni la creación misma. Todo era bueno en gran manera.

El propósito de Dios era que el hombre llenara la tierra y que tuviera comunión con él. El fue creado a la imagen de Dios, y así, tenía el potencial para vivir una vida abundante y sin temor de ningún mal.

Sin embargo, el hombre desobedeció a Dios (Génesis 3). Su rebelión provocó tres consecuencias graves:

1) Desató una maldición sobre la tierra;

2) Dejó al hombre cortado de la vida de Dios y sin propósito; y

3) Dejó al enemigo, satanás, como el dios de este mundo. Estos tres resultados del pecado han provocado todo

el mal que vemos en el mundo hoy.

Veamos cada una en más detalle.

El Planeta Trastornado

El mundo que conocemos hoy no es el mundo que Dios creó. Antes del diluvio de Noé, el planeta no sufría del frío ni el calor, la lluvia ni la sequía, los tornados ni los terremotos, etc. El planeta había sido formado en perfección. “En el tiempo antiguo fueron hechos por la palabra de Dios los cielos, y también la tierra, que proviene del agua y por el agua subsiste” (2 Pedro 3:5). Dios había establecido el planeta sobre una base de agua y había hecho una capa de agua sobre el cielo que protegía al hombre de los rayos dañinos del sol (Génesis 1:6-8). El planeta no experimentaba ni siquiera la lluvia porque, “Dios aún no había hecho llover sobre la tierra... sino que subía de la tierra un vapor, el cual regaba toda la faz de la tierra” (Génesis 2:5-6). Los científicos nos dicen que hace mucho tiempo el Polo Norte y la Antártida no existían como hoy, y de hecho han descubierto plantas congeladas en la profundidad del hielo de Antártica. Es probable que el mundo entero gozara de un clima perfecto y agradable.

Por el pecado de los hombres que cada vez se multiplicaba, Dios decidió destruir al mundo y a casi todos los hombres. El salvó la vida de Noé y su familia a través del arca para mantener la raza humana con vida y esperanza, pero el diluvio cambió para siempre al planeta que El había creado.

“Dijo, pues, Dios a Noé: ‘He decidido el fin de todo ser, porque la tierra está llena de violencia a causa de ellos; y he aquí que yo los destruiré con la tierra’ ” (Génesis 6:13).

Después de que Noé hubiera hecho el arca, Dios comenzó el diluvio.

“Aquel día fueron rotas todas las fuentes del grande abismo, y las cataratas de los cielos fueron abiertas, y hubo lluvia sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches” (Génesis. 7:11-12). “Y prevalecieron las aguas sobre la tierra ciento cincuenta días” (Génesis 7:24).

Esta tremenda fuente de agua que salió del gran abismo dejó al planeta inestable y los continentes comenzaron a moverse y “fue repartida la tierra” (Génesis 10:25). Por eso, suceden los terremotos. No es que Dios esté juzgando al mundo, sino que el mundo sigue experimentando los resultados de la catástrofe del diluvio.

A la vez, la capa del agua que protegía al planeta del sol y que mantenía un clima equilibrado y agradable, fue destruida y el agua derramada sobre la tierra. “Por lo cual el mundo de entonces pereció anegado en agua” (2 Pedro 3:6). Esta poderosa fuente transformó por siempre al mundo que conocemos y dejó al clima en un estado inestable y, a veces, caprichoso. El desequilibrio climático produce los huracanes, los tornados, la sequía, etc. Los desastres naturales no representan la obra de Dios sino el resultado de un planeta trastornado por el pecado.


El Hombre sin Dios

Cuando Dios creó al hombre, lo creó a su imagen (Génesis 1:26). Esto significa que el hombre tenía la capacidad de pensar los pensamientos de Dios, sentir las emociones de Dios, hablar las palabras de Dios y hacer las obras de Dios. Era un espíritu con Dios. El hombre también poseía algo que conocemos como el libre albedrío. No fue creado como un robot, ni un animal que solamente vive por su instinto. El hombre es capaz de elegir entre el bien y el mal, y es capaz de obedecer o rechazar las palabras de Dios. Solo así fue posible que Dios tuviera una relación íntima con su hombre. Si hubiera sido imposible para que el hombre rechazara a Dios, la relación entre ellos habría sido forzada y no genuina. Dios buscaba una relación basada en el amor genuino y una obediencia voluntaria.

Lamentablemente, el hombre eligió la desobediencia. Su pecado en el huerto de Edén es el evento más triste en la historia del mundo. Hemos visto lo que pasó en el planeta, pero, ¿qué pasó al mismo hombre?

Al perder su comunión con Dios, esto es, la fuente de su vida, el hombre quedó sin propósito, y Dios quedó sin el hombre. Lo que era una relación íntima se transformó en una relación de temor, superstición y ritos religiosos. Porque Dios es santo y puro, y el hombre había perdido su pureza, Dios permaneció limitado en su relación con el hombre y solamente podía mantener contacto con él a través de sacrificios, pactos y leyes. El vínculo de la vida quedó roto. “Pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios...” (Isaías 59:2). El hombre quedó desenchufado de Dios y libre para buscar su propio destino y tomar sus propias decisiones sin tomarse en cuenta su creador. Por haber perdido el entendimiento de Dios, le fue cada vez más fácil equivocarse en las decisiones que tomaba. Ahora, le es posible pensar sus propios pensamientos, desatar sus propias emociones, hablar sus propias palabras y hacer las obras que se le ocurran, sin tomar en cuenta las palabras ni la voluntad de Dios. Si no quiere obedecer las leyes de tránsito, no lo hace. Si no quiere honrar su pacto de matrimonio, tampoco lo hace. Si quiere buscar su propia venganza en contra de su enemigo, lo puede hacer. Si decide odiar, pelear, matar, fornicar, abusar o maldecir, la opción es suya. Pero, el resultado de estos hechos no solo afecta al mismo hombre, sino también a aquellos que están a su alrededor. Lo que hace el uno puede afectar al otro, sea positivo o negativo.

El libre albedrío del hombre separado de Dios nos deja todos susceptibles a las decisiones de los demás. Los gobiernos hacen la guerra y los ciudadanos se mueren. Un hombre se emborracha y después atropella a alguien con su auto. Un delincuente decide asaltar a un negocio y mata a disparos al dueño. ¿Es la voluntad de Dios? No. ¿Dios lo permite? Solamente en el sentido en que cada hombre, incluidos tu y yo, tiene un libre albedrío dado por Dios desde la creación. Si Dios acabara con el libre albedrío del hombre, tendría que acabar con el tuyo también. No te sería posible pensar tus propios pensamientos, ni hablar tus propias palabras ni hacer lo que tu quieres. Serías un robot. ¿Eso es lo que quieres? Creo que no. Dios tampoco quiere eso. Lo que Dios quiere es que el hombre escoja el bien, una relación con él a través de Jesucristo. Sin el libre albedrío, esto no sería posible.

Estas tragedias motivadas por la desobediencia en el hombre no representan la voluntad de Dios. Dios no es responsable por la maldad. Es responsable es el hombre, que es el que rechaza a Dios y a su Hijo.

“Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios(Gálatas 5:19-21).

Todas estas maldades, y el sufrimiento que desatan, no representan la voluntad de Dios sino los resultados de las decisiones del hombre carnal.


El Diablo en Control

La tercera consecuencia del pecado del hombre fue un cambio en el gobierno espiritual del mundo. Como resultado de la rebelión del hombre, él perdió su capacidad y autoridad para gobernar sobre la creación de Dios. Un enemigo, satanás, un ángel que también cayó por su propia rebelión, asumió el gobierno del planeta. Dios había entregado el mundo al hombre, y el hombre lo entregó al diablo.

“Los cielos son los cielos de Jehová; y ha dado la tierra a los hijos de los hombres” (Salmo 115:16).

Cuando Jesús fue tentado por el diablo en el desierto, el mismo satanás le mostró en un momento todos los reinos de la tierra.

“Y le dijo el diablo: A ti te daré toda esta potestad, y la gloria de ellos; porque a mí me ha sido entregada, y a quien quiero la doy” (Lucas 4:5-6).

Desde el momento que Adán y Eva pecaron, el diablo, esto es Satanás, ha tenido el señorío sobre el planeta.

Jesús nombró al diablo como “el príncipe de este mundo” (Juan 12:31) y “el ladrón” (Juan 10:10); Pablo le llamó “el dios de este siglo” (2 Corintios 4:4), y “el príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia” (Efesios 2:2); y Juan declaró que “el mundo entero está bajo el maligno” (1 Juan 5:19).

¿Cómo es el carácter de este “dios” o “príncipe” que opera en los hijos de desobediencia (la raza humana)? Jesús, en una de sus declaraciones más importantes, reveló el carácter del maligno, y así nos aclaró por qué existe tanta maldad en el mundo.

“El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10).

El propósito de Dios siempre ha sido la vida, la paz y la prosperidad. Dios nunca ha cambiado de carácter. Podemos ver su perfecta voluntad en la creación, en la vida de Jesús, y en el cielo. Las tragedias, la violencia, la destrucción y la muerte jamás han representado la voluntad de Dios. Muchas de estas cosas representan la obra del ladrón, el diablo, cuyo único propósito es la destrucción de la humanidad. El está para robar, matar y destruir.

Cuando vemos algún tipo de maldad o enfermedad, solamente tenemos que hacernos la pregunta, ¿es vida, o es destrucción y muerte? Instantáneamente podemos saber si proviene de Dios o no.

“Cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él(Hechos 10:38).

“Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Santiago 1:17).

Dios jamás ha cambiado su carácter. El es eterno y su carácter es eterno. Su propósito para con el hombre es vida.

El resultado del gobierno de satanás sobre los hombres desobedientes fue la ignorancia espiritual.

“El dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios” (2 Corintios 4:4).

El hombre que no anda en la luz del evangelio acepta todo lo que pasa en la vida como la voluntad de Dios. Su excusa por cada tragedia, enfermedad y fracaso es, “Dios lo permitió.” Pero no es así.

“Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento” (Oseas 4:6).

Cuando entendemos que vivimos en un planeta sacudido y debilitado por el pecado, que el mismo hombre es capaz de desatar mucha destrucción por sus hechos, y que el gobierno espiritual del planeta se encuentra en las manos de un ser cuyo propósito es la destrucción de la raza humana, no es tan difícil entender por que suceden las tragedias. En nuestra ignorancia hemos culpado a Dios y aceptado todo como si fuera su voluntad. Hemos sido engañados por el dios de este siglo.

Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, y con los oídos oyen pesadamente, y han cerrado sus ojos; para que no vean con los ojos, y oigan con los oídos, y con el corazón entiendan, y se conviertan, y yo los sane (Mat.3:15).


Una Vida sobre la Roca

En el evangelio de Mateo, capítulo 7, versículos 24-27, Jesús nos habla de dos hombres y como enfrentaron la vida. Ambos hombres escucharon la Palabra de Dios. Ambos estaban construyendo sus casas (sus vidas). Uno de ellos era prudente porque era un hacedor de las palabras de Jesús. Era obediente a los principios revelados en el Nuevo Testamento. Cuando le tocaron las tormentas de la vida, que podrían ser cosas naturales, espirituales o carnales, él se mantuvo firme y sobrevivió “las tragedias” que le tocaron. El otro hombre no era un hacedor de la Palabra. No prestó atención a los principios de vida y, como resultado, cuando le tocaron las mismas circunstancias, su vida se arruinó.

El punto importante en este relato es que no fueron las circunstancias (las tragedias) las que derrumbaron la vida del hombre insensato, sino la falta de un cimiento firme. La voluntad de Dios era que él se quedara firme y victorioso. La tempestad no fue la voluntad de Dios. Tampoco el fracaso.


¿Qué haremos?

Ahora, hemos visto que las tragedias en el mundo no provienen de Dios ni representan su voluntad. Pero, ¿es posible vivir la vida abundante, libre de estas tragedias?

Para contestar la pregunta solamente es necesario ver la vida de Jesucristo. Su vida es nuestro ejemplo de lo que es posible por fe.

“Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe (1 Juan 5:4).

Cuando Jesús tenía que enfrentar el peligro de la naturaleza, él simplemente reprendió la tormenta y hubo paz (Marcos 4:36-40). Cuando fue tentado por el diablo, él proclamó la Palabra de Dios y el diablo tenía que rendirse (Lucas 4:1-13). El sanó a todos los oprimidos por el diablo porque Dios estaba con él(Hechos 10:38). Cuando le tocó la escasez, él tuvo la fe para multiplicar los panes y peces y alimentar a miles de personas con hambre (Mateo 14:16-21). Jesús dominaba las circunstancias de la vida por fe, y así quedó libre de las tragedias. El nos ha dado la oportunidad para vivir de la misma manera.

“De cierto, de cierto os digo: el que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aún mayores hará, porque yo voy al Padre” (Juan 14:12).

La voluntad de Dios no es que sus hijos sean destruidos por una naturaleza fuera de control, ni por las malas decisiones de los hombres que no conocen a Dios, ni por las trampas y tentaciones del enemigo.

“Estas cosas os he hablado para que en mi tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).

Es cierto que todos vamos a enfrentar momentos difíciles en la vida, pero, no es cierto que tengamos que ser vencidos por ellos. Si caminamos en la verdad de Jesucristo, aplicando los principios de vida que él nos enseña en su Palabra, es posible evitar muchas tragedias y salir victoriosos de otras.

“Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (1 Juan 4:4). “¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” (1 Juan 5:5).

¿Has creído en Jesús, el Hijo de Dios? No hablo de una religión muerta, sino de una relación viva con el Dios Todopoderoso, la fuente de vida y victoria, a través del Señor Jesucristo. La vida victoriosa no está tan lejos. Simplemente tienes que creer en tu corazón y confesar con tu boca que Jesús es el Señor. Puedes comenzar una vida transformada ahora mismo si quieres. Dios te espera.

Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Romanos 10:9-10)



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